lunes, 21 de diciembre de 2009

Un orador defiende a un poeta

Siempre que leo esto, algo se mueve en alguna parte; me parece que el vibrante cónsul de Roma toca aquí el punto más sensible de lo que se llama civilización, y por eso es que antes de hacerlo da a sus oyentes (los jueces que debían concederle o quitarle la ciudadanía romana al poeta Arquías) el título de humanissimi homines. Ah, ¿cómo traducirlo? ¿Y para qué traducirlo?

Atque sic a summis hominibus eruditissimisque accepimus, ceterarum rerum studia et doctrina et praeceptis et arte constare: poetam natura ipsa valere et mentis viribus excitari et quasi divino quodam spiritu inflari. Quare suo iure noster ille Ennius sanctos appellat poetas, quod quasi deorum aliquo dono atque munere commendati nobis esse videantur. Sit igitur, iudices, sanctum apud vos, humanissimos homines, hoc poetae nomen, quod nulla umquam barbaria violavit. Saxa et solitudines voci respondent, bestiae saepe immanes cantu flectuntur atque consistunt: nos, instituti rebus optimis, non poetarum voce moveamur? (CICERÓN, En defensa del poeta Arquías, 18-19).

"Y así de los hombres más eminentes y eruditos hemos recibido que los estudios de las demás cosas consisten en aprendizaje, en preceptos y en arte; al poeta la naturaleza misma le vale, es despertado por las fuerzas del alma y lo inspira cierto soplo casi divino. Por lo cual aquel Ennio nuestro con todo derecho llama sagrados a los poetas, porque pareciera que como un especial regalo y honor de los dioses nos han sido confiados. Sea entonces, jueces, sagrado para vosotros, los más educados de los hombres, este nombre de poeta, que jamás violó barbarie alguna. Las rocas y los desiertos hacen eco a su voz, a menudo las bestias crueles se doblegan y aquietan con su canto. Nosotros, instruidos en las mejores cosas, ¿no nos conmoveremos por la voz de los poetas?"

Es claro que Cicerón es astuto, porque bajo la apariencia de un inocente sinónimo introduce una obligación; pues munus es a la vez "regalo" y "deber", y este otro significado, aunque en segundo plano, queda suficientemente firme por el verbo commendare, "confiar". El poeta nos ha sido confiado, no simplemente dado; hay algo que debemos hacer con él... Y es claro también que Cicerón se equivoca cuando dice que ninguna barbarie violó jamás el sagrado nombre del poeta; pero es cierto que no conoció ni pudo imaginar nuestro tiempo. ¡Qué triste eco le hace a esta página el trágico poema Bénédiction, de Charles Baudelaire! Acaso la síntesis más clara es la que ofrece Borges en "El informe de Brodie": cuando un hombre combina unas palabras que sobrecogen a la multitud de los yahoos, ya no es un hombre sino un dios y cualquiera puede matarlo. Y es cierto, con todo, que aun en nuestro tiempo la mayoría suele sobrecogerse con la verdadera poesía. Sólo la ignoran del todo unos pocos hombres, unos pocos hombres que parecen sordos a ella, sin excluir a algunos que, para colmo de equívocos, se piensan y se afirman poetas.

2 comentarios:

Anónimo dijo...

Puesto que nos has sido confiado, querido poeta,seguiremos cuidándote con nuestras palabras y silencios, para que te dediques a la labor única que te ha sido confiada :
"Imposer tous les temps et tous les univers."
Alba

Anónimo dijo...

Me causa risa y sorpresa este anuncio llamativo,

pues Cicerón con astucia quiere pasarse de vivo

recopilando argumentos en defensa del poeta,

bicho que no se demora en clavarnos... la saeta.



“...llama sagrados a los poetas, porque pareciera que

como un especial regalo y honor de los dioses nos han

sido confiados.”

A los dioses, como a los griegos, hay que temerles hasta en sus dones.

Un verdadero presente griego nos han hecho con ese obsequio.

Pero, además, ¿por qué los dioses irresponsables nos confían a los hombres comunes

semejante tesorito?

¿Tenemos, acaso, que cuidarlos?

Da la impresión de que nosotros debemos cuidarnos de los dioses y de sus

delegados o representantes, ya que los primeros se lavan las manos y los

segundos nos enloquecen.

¿Se conmueven, acaso, tanto dioses como poetas de nuestros particulares dolores?

¿O son los suyos la medida de todos los dolores?

Algo tenemos que hacer con ellos, sí. A lo mejor, podríamos pedir consejo

a aquel pueblito galo que sabía qué hacer con su bardo.