martes, 29 de diciembre de 2009

Lo que busca el poeta

En un examen, le pregunto a V. por el poema “Yo persigo una forma...”, de Darío, y por ciertas cuestiones de la obra de Borges. Me dice, sobre Darío, que “las ideas llegan a él, pero al querer expresar esa belleza solo encuentran el abrazo imposible de la Venus de Milo”. “Al escribir todo es más vago —agrega—, no es la precisa expresión de lo que se le mostró antes en su mente.” Y también: “Toda su obra está marcada por esa búsqueda de la expresión cabal de la perfección y la Belleza; [...] ese poema expresa lo que el poeta busca a través de su escritura.”
Más adelante, acerca de Borges, escribe, tratando de interpretar a Jaime Rest, que el nominalismo “es un sistema filosófico” según el cual “sólo conocemos los nombres, no las esencias; y el nombre ... es solo una herramienta que sirve para la comunicación, un elemento con un fin práctico que nada puede decirnos de la esencia de lo que queremos conocer. Lo único que queda de los entes, para el nominalismo, es el nombre, y este nombre no nos dice NADA.”
Trato de responderle. Ante todo, el nominalismo no es un sistema, por cuanto critica las bases mismas de todo sistema; si la palabra no puede comunicar la esencia de las cosas, todo sistema será lo que Borges aduce: una obra de literatura fantástica, una invención literaria. Lo cual, por una parte, conduce a las modernas críticas al estilo de Nietzsche, de Wittgenstein, de Rusell o de Peirce; o a la de Bergson, también; y por otra, le permite a Borges leer la filosofía como literatura.
Con todo —le digo—, no es cierto que las palabras no digan nada; tal vez no nos puedan explicar el universo, pero nos permiten montar en él nuestros propios “tinglados”, como dicen en España: nuestras propias ilusiones, proyectos y afanes. Vale decir: vivimos en un mundo de palabras, en alguna medida estamos hechos de palabras. No creo que en “El otro tigre” Borges piense que el tigre “real” es de veras ese que ahora (en este preciso instante) está saltando sobre un antílope; quizá lo piensa, pero también sabe —puesto que escribió “El ruiseñor de Keats”— que lo “real” es fugitivo, es inaprensible, es una sombra. Yo creo que “el otro tigre, el que no está en el verso” es el arquetipo, la idea, la esencia. Esa esencia, esa forma primera, que también perseguía Darío en su poema. Porque si a Borges le hubiera interesado “el tigre de carne y hueso”, en lugar de escribir su poema se habría hecho un viaje en la línea D, hasta Plaza Italia... Ahí hay un tigre. Pero no el tigre.

miércoles, 23 de diciembre de 2009

El error del otro

La noción de éxito —y la de fracaso— envenenan, una y otra, nuestra existencia. Vemos a los demás y no comprendemos qué hay en ellos. Todo se desarrolla en la tensión que produce nuestra avidez. Muy pocos están conformes y esto genera una rivalidad en la que cada uno trata de sacar ventajas a expensas de los otros. Es triste que así sea. Nos falta lo esencial: el respeto por el otro, que incluye el respeto por el error del otro.
Y por otra parte ¿quién puede estar seguro de que algo es un error? “Si no puedo encontrar la buena senda / prefiero equivocarme a mi manera”, escribió Alberigo Mansilla. Ana Bolena extravió a un monarca y al fin perdió literalmente la cabeza, pero de su vientre vino la reina que forjó el esplendor de su patria. ¿Estaba equivocada? ¿Quién puede decir de veras qué cosa es un error? Ni siquiera sabemos si acertar es posible.

lunes, 21 de diciembre de 2009

Un orador defiende a un poeta

Siempre que leo esto, algo se mueve en alguna parte; me parece que el vibrante cónsul de Roma toca aquí el punto más sensible de lo que se llama civilización, y por eso es que antes de hacerlo da a sus oyentes (los jueces que debían concederle o quitarle la ciudadanía romana al poeta Arquías) el título de humanissimi homines. Ah, ¿cómo traducirlo? ¿Y para qué traducirlo?

Atque sic a summis hominibus eruditissimisque accepimus, ceterarum rerum studia et doctrina et praeceptis et arte constare: poetam natura ipsa valere et mentis viribus excitari et quasi divino quodam spiritu inflari. Quare suo iure noster ille Ennius sanctos appellat poetas, quod quasi deorum aliquo dono atque munere commendati nobis esse videantur. Sit igitur, iudices, sanctum apud vos, humanissimos homines, hoc poetae nomen, quod nulla umquam barbaria violavit. Saxa et solitudines voci respondent, bestiae saepe immanes cantu flectuntur atque consistunt: nos, instituti rebus optimis, non poetarum voce moveamur? (CICERÓN, En defensa del poeta Arquías, 18-19).

"Y así de los hombres más eminentes y eruditos hemos recibido que los estudios de las demás cosas consisten en aprendizaje, en preceptos y en arte; al poeta la naturaleza misma le vale, es despertado por las fuerzas del alma y lo inspira cierto soplo casi divino. Por lo cual aquel Ennio nuestro con todo derecho llama sagrados a los poetas, porque pareciera que como un especial regalo y honor de los dioses nos han sido confiados. Sea entonces, jueces, sagrado para vosotros, los más educados de los hombres, este nombre de poeta, que jamás violó barbarie alguna. Las rocas y los desiertos hacen eco a su voz, a menudo las bestias crueles se doblegan y aquietan con su canto. Nosotros, instruidos en las mejores cosas, ¿no nos conmoveremos por la voz de los poetas?"

Es claro que Cicerón es astuto, porque bajo la apariencia de un inocente sinónimo introduce una obligación; pues munus es a la vez "regalo" y "deber", y este otro significado, aunque en segundo plano, queda suficientemente firme por el verbo commendare, "confiar". El poeta nos ha sido confiado, no simplemente dado; hay algo que debemos hacer con él... Y es claro también que Cicerón se equivoca cuando dice que ninguna barbarie violó jamás el sagrado nombre del poeta; pero es cierto que no conoció ni pudo imaginar nuestro tiempo. ¡Qué triste eco le hace a esta página el trágico poema Bénédiction, de Charles Baudelaire! Acaso la síntesis más clara es la que ofrece Borges en "El informe de Brodie": cuando un hombre combina unas palabras que sobrecogen a la multitud de los yahoos, ya no es un hombre sino un dios y cualquiera puede matarlo. Y es cierto, con todo, que aun en nuestro tiempo la mayoría suele sobrecogerse con la verdadera poesía. Sólo la ignoran del todo unos pocos hombres, unos pocos hombres que parecen sordos a ella, sin excluir a algunos que, para colmo de equívocos, se piensan y se afirman poetas.

domingo, 20 de diciembre de 2009

Furio y la nieve

Uso y abuso hizo Horacio en sus Sátiras de esta receta de buen efecto cómico: burlarse como al pasar de alguien, sin que venga al caso, o como sin querer o sin darse cuenta. Algunas de estas risas son ciertamente rebuscadas y suelen ser las más eficaces. Me distrae una entre muchas. En la nekyia homérica, Odiseo baja al Hades para invocar a la sombra de Tiresias, único que puede mostrarle la forma de regresar a Ítaca. En la sátira V del libro II, el diálogo prosigue de una manera inesperada; Ulises consulta ahora al adivino acerca de cómo recuperar su hacienda, devorada por los pretendientes de su esposa. Tiresias le indica que se dedique a la caza de testamentos (profesión muy lucrativa en la Roma de Augusto, no hace falta decirlo, más que en la Ítaca de Ulises). En cierto pasaje, en medio de los detalles del oficio, Tiresias explica que éste requiere una perseverancia sin desmayo: hay que estar junto al anciano heredable, siempre, día y noche, llueva o truene, “ya hienda la roja canícula / taciturnas estatuas, ya de pingües tripas hinchado / Furio en los Alpes invernales escupa nieve cana”... Todo eso para decir, por supuesto, “verano e invierno”, pero también para agraviar de modo indeleble al “hinchado” Furio. (El texto dice tentus, que hace pensar en la hinchazón del miembro viril.) Por suerte para nosotros, Quintiliano en sus Instituciones Oratorias se acordó, sin dar nombre de autor, de un verso parecido, donde hay un inmejorable ejemplo de metáfora de mal gusto: Iuppiter hibernas cana niue conspuit Alpes, “Júpiter en los Alpes invernales escupe nieve cana”. Entendemos, pues, que el poeta de Venusia está remedando a un colega a quien quiere arruinar. El efecto de la parodia horaciana descansa en la sustitución de Iuppiter por Furius, equivalentes desde el punto de vista métrico. Poco importa aquí si el tal Furio es o no Furio Bibáculo de Cremona, que fuera amigo de Catulo, según nos dice, también al pasar, Tácito, y que quizá fuera el mismo Furio a quien Catulo le encomendó que llevara a Lesbia el mensaje de ruptura (Furi et Aureli, comites Catulli...). Sea quien haya sido, lo veremos siempre escupiendo nieve sobre los majestuosos Alpes invernales, por obra del escandaloso barroquismo de Horacio.

sábado, 19 de diciembre de 2009

Mansiones verdes

Anoche soñé que una pareja de amigos, que están divorciados hace una década, volvían a reunirse. Estaban volando a gran altura, juntos, en un vehículo ignorado. Yo quería sacarles una foto y cuando alzaba la vista al cielo, en lugar de encontrarme con la luna, veía a la tierra detrás de ellos: radiante, gigante, verde, aun más bella de lo que muestran las imágenes satelitales. La tierra se acercaba más y más, rotando, y yo podía ver los continentes y luego los países, pintados de colores nítidos como en un gigantesco globo terráqueo. Recuerdo que Canadá tenía un color salmón muy bonito. Estaba ya muy cerca, y yo comprendía que estaba sobrevolándola a una altura moderada, de modo que podía identificar los lagos de Siberia. Me asombraba de que Siberia tuviera lugares verdes, que serían praderas o bosques. Al fin me encontré nadando en un agua fría, pero agradable y muy plácida, como de río o de lago, cerca de una ribera paradisíaca, arbolada y llena de pájaros. Estaban allí algunos amigos y yo les decía: “Estamos en las islas Aleutianas.” Nunca había imaginado así esas islas; siempre las pensé heladas y solitarias, en un mar cubierto de témpanos. Pero eran como las Islas de los Afortunados.

viernes, 18 de diciembre de 2009

Historia animalium

Claudio Eliano vivió en Roma por los tiempos de Septimio Severo, más o menos entre 170 y 235 d.C.; era latino de pura cepa, nacido en Preneste, pero escribió toda su obra en el más puro griego ático. Acerca de su Historia de los animales, la Wikipedia (que trae sobre Eliano un artículo muy completo y agradable) nos dice que su credulidad puede chocar al lector moderno; yo siento, al contrario, que no hay nada más regocijante. Leo, por ejemplo, sobre cierto pez llamado anthías, desconocido para nosotros, lo que sigue:

"Los peces a los que los hombres expertos en la pesca marina llaman anthías se ayudan unos a otros como hombres leales y buenos camaradas de guerra; tienen sus guaridas en el mar. Así, cuando se dan cuenta de que un compañero ha caído en el anzuelo, se ponen a nadar a toda velocidad, apoyan su dorso contra él y, cayendo encima y empujando con fuerza, tratan de impedir que sea izado. También los escaros son buenos defensores de sus congéneres. Como que se aproximan al capturado y se afanan por romper con los dientes el sedal para salvarlo y, muchas veces, logran romperlo dejándolo libre, sano y salvo, sin pedir compensación alguna. No pocas veces fracasan en su intento, a pesar de haber puesto en ello todo el entusiasmo posible. Dicen también que cuando el escaro cae en la nasa deja la cola fuera y entonces los otros, que están nadando alrededor libres, clavan sus dientes en él y sacan fuera a su compañero. Pero si es la cabeza la que queda fuera de la nasa, uno de los de fuera ofrece su cola, que el cautivo agarra con los dientes y la sigue. Esto es lo que hacen, amigos, estas criaturas. Aman sin haber sido enseñados: su amor es innato." (Versión de José María Díaz)

(La nasa no es una agencia para la investigación espacial, sino una red de pesca sostenida por un aro.) El método de este breve artículo es el que de aquí en más empleará el autor: luego de atribuir a un animal una conducta perfectamente humana, la explica de manera coherente sin preocuparse de la verosimilitud; peces entusiasmados, que tienen la delicadeza de no morder a su compañero en la cabeza ni aun para salvarlo, sino que le ofrecen la cauda, y que practican un amor que nadie les enseñó, constituyen un asunto muy digno de atención. Supongo que el primer inventor de este tipo de "investigación" ha sido Heródoto (que no tuvo empacho en hablar de hormigas del tamaño de un perro pequeño, de las varias camadas sucesivas que llevan las liebres en su matriz y de las serpientes aladas que custodian el incienso), pero ese programa de generar maravillas había sido después muy explotado por la enciclopedia universal de Plinio el Viejo. Cuando llegó nuestro Claudio Eliano, no tuvo más que saquear a su gusto a sus antecesores; es difícil que se le ocurriera salir al campo para estudiar a los animales, teniendo ya todo el material necesario en cómodos rollos de papiro. (No se trata de una crítica: si hubiera ido al campo, sólo nos habría ofrecido lo mismo que ahora nos enseñan los zoólogos.)

Al método descrito se agrega una agradable costumbre, que hoy reprocharíamos a los alumnos de las escuelas: la de amontonar noticias inconexas. Véase, por ejemplo, este pasaje, subtitulado "Odio entre animales":

"La tortuga y la perdiz se profesan mutua antipatía. Lo mismo les ocurre a la cigueña y al guión de codornices respecto a la gaviota. Y la pardela y la garza bueyera odian a la gaviota cana. [...] La perca es el pez más lujurioso. En Feneo de Laconia es posible oír hablar de hormigas blancas."

La honestidad de Eliano se ve en que no pretende saber siempre todo; veamos lo que nos dice sobre la cabra:

"La cabra tiene una cierta ventaja para tomar el aire exterior, como refieren los cuentos pastoriles, porque inspira el aire por los oídos y por las narices, y tiene una percepción más penetrante que otros animales de pezuña hendida. Yo no sé decir la razón. Y sólo digo lo que sé. Pero si la cabra fue también invención de Prometeo, él sabrá cuál fue su intención al hacerla."

Finalmente, la maldad de ciertos animales sólo puede adjetivarse como barroca:

"La foca, según tengo entendido, vomita su propia leche cuajada para que los epilépticos no puedan curarse con ella. A fe que la foca es una criatura maligna."

jueves, 17 de diciembre de 2009

Dans la forêt sans heures...

Dans la forêt sans heures
On abat un grand arbre.
Un vide vertical
Tremble en forme de fût
Près du tronc étendu.

Cherchez, cherchez, oiseaux,
La place de vos nids
Dans ce haut souvenir
Tant qu’il murmure encore.

JULES SUPERVIELLE

En la selva sin horas...

En la selva sin horas
han tumbado un gran árbol.
Un vertical vacío
tiembla en forma de fuste
junto al tronco tendido.

Buscad, buscad el sitio
de vuestros nidos, pájaros,
en este alto recuerdo,
mientras aun murmura.


(Versión de A. B.)