lunes, 20 de noviembre de 2017


A mi padre




Deja al agua fluir, deja que sople el viento,
deja que el tiempo pase sobre tu quieta tumba.
Te olvidarán, es cierto: la tarde se derrumba,
se hace polvo la piedra, se pierde el pensamiento.
 
Flota en el aire un átomo de lo que fue tu aliento,
de tu voz vibra un eco cuando la abeja zumba;
tu pulso derrotado por mi pena retumba
y tus largas preguntas pulsan mi entendimiento.
 
Yo soy lo que perdura del hombre aquel que fuiste
y por los dos escribo sondeando la tiniebla:
la pluma es una lámpara que brevemente alumbra.
 
Así pues, padre mío, sigue a mi lado, existe
en mis ojos que exploran la costa de la niebla,
vive en mí, en este cuerpo que a morir se acostumbra.
 







Ernesto, Hilda y Sebastián, hacia 1989
 





jueves, 2 de noviembre de 2017

Unos versos a Santiago de Compostela


          De un viaje a Santiago de Compostela, en abril de 2009, me quedaron unos versos que un amigo tuvo en su momento la deferencia de publicar en una revista y que recogen, visiblemente, la emoción que me causaron la ciudad y su catedral vetusta y los verdores que la rodean. Hace unos días releí los versos ante un grupo de amigos y uno de ellos me manifestó que le gustaría repasarlos. Eso me mueve ahora a plantarlos aquí, en este casi olvidado espacio que quizá pueda recuperar a partir de ahora. Con un saludo para Juan José Aguayo.






Poema de Santiago

 

I

 

Si me muero en Santiago no me añores,

mi amor, único amor de mis amores.

Esta es al fin la casa en el camino.

Peregrinando al fin aquí he llegado.

 

¿No ves la antigua piedra de estas calles,

las torres centenarias que buscaron

miles de pasos de incontables gentes,

los santos que las manos desgastaron?

 

La llovizna es el llanto de los mártires

y los bares abiertos me recuerdan

a la abuela gallega que no tuve

o tal vez un rincón de Buenos Aires.

 

Los portales que amparan al viajero

cuando llega de noche, las estrellas

que forman el Camiño de Santiago

son mi norte, y el Santo que aquí duerme.

 

Si me muero en Santiago no me llores,

único amor, amor de mis amores.

Y no estés triste cuando me haya ido.

Si me muero en Santiago habré vivido.





II
 
Es claro: no merezco estar aquí.
Yo no he peregrinado paso a paso
por el camino de los peregrinos
y sólo me ha traído mi pecado.
 
Escribo aquí al abrigo de esta piedra
que alzó la devoción siglo tras siglo
en torno de la tumba del Apóstol
y que tantos sintieron y buscaron.
 
Ellos aquí traídos por la fe
paso a paso vinieron y rogaron
por sus pecados, como yo en el mío
tengo el motivo para haber llegado.
 
Y acaso sí merezco estar aquí,
en esta vieja iglesia honda de almas.
Soy uno más, un peregrino errante,
y he tocado la concha mendicante
 
que es signo del lugar. Nada me falta
sino la fe. Sin fe he venido. Vengo
sin fe a tocar lo que tocaron todos,
buscando hacerme digno de esta sombra.
 
 
III
 
Con mi mano mortal la barba verde
del musgo en la corteza, centenario,
de tus árboles vivos he tocado,
Compostela. Mi tiempo que me pierde
ha subido tu cuesta, y ha colmado
mis oídos tu antiguo campanario.
Soy uno más de todos los que han sido.
Triste en tus calles digo que he vivido.