De un viaje a Santiago de Compostela, en abril de 2009, me quedaron unos versos que un amigo tuvo en su momento la deferencia de publicar en una revista y que recogen, visiblemente, la emoción que me causaron la ciudad y su catedral vetusta y los verdores que la rodean. Hace unos días releí los versos ante un grupo de amigos y uno de ellos me manifestó que le gustaría repasarlos. Eso me mueve ahora a plantarlos aquí, en este casi olvidado espacio que quizá pueda recuperar a partir de ahora. Con un saludo para Juan José Aguayo.
Poema de Santiago
I
Si me muero en Santiago no
me añores,
mi amor, único amor de mis
amores.
Esta es al fin la casa en
el camino.
Peregrinando al fin aquí he
llegado.
¿No ves la antigua piedra
de estas calles,
las torres centenarias que
buscaron
miles de pasos de
incontables gentes,
los santos que las manos
desgastaron?
La llovizna es el llanto de
los mártires
y los bares abiertos me
recuerdan
a la abuela gallega que no
tuve
o tal vez un rincón de
Buenos Aires.
Los portales que amparan al
viajero
cuando llega de noche, las
estrellas
que forman el Camiño de
Santiago
son mi norte, y el Santo
que aquí duerme.
Si me muero en Santiago no
me llores,
único amor, amor de mis
amores.
Y no estés triste cuando me
haya ido.
Si me muero en Santiago
habré vivido.
II
Es claro: no merezco estar
aquí.
Yo no he peregrinado paso a
paso
por el camino de los
peregrinos
y sólo me ha traído mi
pecado.
Escribo aquí al abrigo de
esta piedra
que alzó la devoción siglo
tras siglo
en torno de la tumba del
Apóstol
y que tantos sintieron y
buscaron.
Ellos aquí traídos por la
fe
paso a paso vinieron y rogaron
por sus pecados, como yo en
el mío
tengo el motivo para haber
llegado.
Y acaso sí merezco estar
aquí,
en esta vieja iglesia honda
de almas.
Soy uno más, un peregrino
errante,
y he tocado la concha
mendicante
que es signo del lugar.
Nada me falta
sino la fe. Sin fe he
venido. Vengo
sin fe a tocar lo que
tocaron todos,
buscando hacerme digno de
esta sombra.
III
Con mi mano mortal la barba
verde
del musgo en la corteza,
centenario,
de tus árboles vivos he
tocado,
Compostela. Mi tiempo que
me pierde
ha subido tu cuesta, y ha
colmado
mis oídos tu antiguo
campanario.
Soy uno más de todos los
que han sido.
Triste en tus calles digo
que he vivido.