domingo, 19 de enero de 2014



Ariadna en Naxos
 
                 Cierto, es vivir apenas este instante,
                    como la perfección de esa belleza
                    de mujer que se duerme en la espesura,
                    que reposa sin ansias, sin esperas,
                    y a la que atisba en su futuro un niño
                  que ablandará ese vientre y esos pechos,
                    que abrirá sin piedad esas caderas.
                    Sólo ese instante en que ella es tan hermosa
                    como la música indecible y pura,
                    como el ave en el aire, como el día
                    suspendido en sí mismo y derrumbándose
                    hacia el anochecer, hacia la nada.
                    Sólo ese instante mudo en la espesura.
                    Sólo ese instante y nunca más y olvido.

martes, 14 de enero de 2014


La tela de Penélope

 Por ella nuestra tela está tejida...
 Rubén Darío
       
        En los días y noches del palacio
        de Odiseo, en su Ítaca profunda,
        Penélope tejía y destejía.
        Así el hilo del tiempo en el espacio
        trama y destrama la ilusión fecunda
        desde el primer vagido a la agonía.
 
        Pero tan claro el símbolo parece
        que tal vez engañoso al cabo sea,
        como exceso de luz en la mirada.
        Penélope anochece y amanece
        y a la luz parpadeante de una tea
        teje y desteje en su telar, callada.

domingo, 12 de enero de 2014


Et la lune descend...
 
       Alguien, tal vez, una mujer o un hombre que en la noche o en el atardecer escucha las notas de un piano y cree estar a punto de descubrir un reino encantado, un reino que, si lo encontrara, no sería el camino hacia otro reino sino la meta de todos los caminos, puede sentir que si dispusiera de un lenguaje musical como el de Claude Debussy y hubiera imaginado aquel título: Et la lune descend sur le temple qui fut (título que anuncia en sí mismo la música sin fondo de un poema y que de algún modo resume y supera lo que podría pensarse como el reverso o el negativo de Mallarmé, que es como decir el negativo del negativo: una afirmación tan sutil que se pareciera a la negación de un arte que nació como negativa a sumarse a todos los anteriores intentos de alcanzar el arte), ese hombre o mujer podría entonces, tal vez, aspirar a esa forma última, definitiva y trascendente que el artista anhela, aun a sabiendas de que un logro tal equivaldría al fin del arte, en los dos sentidos de la palabra fin. Pues una obra realmente acabada sería el acabamiento, la consumación y la muerte del arte, de modo que pudiera decirse: Ars summa necavit artem. Por fortuna, o por desgracia, esa meta parece inalcanzable. El artista, siempre insatisfecho, sigue buscando más allá. No le pasará como a Dante, que según creemos no necesitó escribir otro verso después del último del Paradiso ―L’amor que move il sole e l’altre stelle, o como a un poeta, que no voy a nombrar ahora, que declaró haber puesto punto final a su obra. Ciertamente, son pocos los que dan por terminado su libro, los que pueden escribir Amén al final de su Apocalipsis. A la mayoría nos queda seguir intentando, sintiendo que el texto verdadero es el que todavía no hemos escrito, lamentando de cuando en cuando, quizá, no haber hallado lo que algunos llaman con llaneza el Poema y otros más explícitamente el Absoluto.