Et la lune descend...
Alguien, tal vez, una mujer o un
hombre que en la noche o en el atardecer escucha las notas de un piano y cree
estar a punto de descubrir un reino encantado, un reino que, si lo encontrara,
no sería el camino hacia otro reino sino la meta de todos los caminos, puede
sentir que si dispusiera de un lenguaje musical como el de Claude Debussy y
hubiera imaginado aquel título: Et la
lune descend sur le temple qui fut (título que anuncia en sí mismo la
música sin fondo de un poema y que de algún modo resume y supera lo que podría
pensarse como el reverso o el negativo de Mallarmé, que es como decir el
negativo del negativo: una afirmación tan sutil que se pareciera a la negación
de un arte que nació como negativa a sumarse a todos los anteriores intentos de
alcanzar el arte), ese hombre o mujer podría entonces, tal vez, aspirar a esa
forma última, definitiva y trascendente que el artista anhela, aun a sabiendas
de que un logro tal equivaldría al fin del arte, en los dos sentidos de la
palabra fin. Pues una obra realmente
acabada sería el acabamiento, la consumación y la muerte del arte, de modo que
pudiera decirse: Ars summa necavit artem.
Por fortuna, o por desgracia, esa meta parece inalcanzable. El artista, siempre
insatisfecho, sigue buscando más allá. No le pasará como a Dante, que según
creemos no necesitó escribir otro verso después del último del Paradiso ―L’amor que move il
sole e l’altre stelle―, o como a un poeta, que no
voy a nombrar ahora, que declaró haber puesto punto final a su obra. Ciertamente,
son pocos los que dan por terminado su libro, los que pueden escribir Amén al final de su Apocalipsis. A la
mayoría nos queda seguir intentando, sintiendo que el texto verdadero es el que
todavía no hemos escrito, lamentando de cuando en cuando, quizá, no haber hallado
lo que algunos llaman con llaneza el Poema y otros más explícitamente el
Absoluto.
1 comentario:
"(...)en lejanas fronteras
dispuestas a acabarse."
¡Cómo te entiendo! Comparto con mis amigos artistas...
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