sábado, 29 de enero de 2011

Quevediana









¡Oh cuánta noche habitan nuestros deseos!

QUEVEDO, Marco Bruto


A modo de glosa de la frase magnífica del poeta, mi mano trazó el siguiente soneto, que quizá el viejo maestro no hubiera desaprobado del todo. Ilusiones anacrónicas, es claro. Literarias, quiero decir...


¡Ay, cuánta noche habita mi deseo,
ciego a quien guía una esperanza ciega
y que sin advertir adonde llega
me arrastra, ni fijarse en lo que veo!

Cambia de forma como aquel Proteo
que fantasea en una orilla griega
y en bahías soñadas se despliega
o se hunde en la oquedad como Teseo.

Dédalo del deseo, ávido hilo
que debiera enseñarme la salida,
remota luz del largo mar que espero:

símbolos son de un sueño que en sigilo
y a tientas me conduce por la vida,
mientras finjo que voy adonde quiero.

miércoles, 12 de enero de 2011

Beethoven

Niñez del mundo. Un canto inconsolable
lejos de la ardua luz de la palabra
susurraba en secreto el indecible,
el religioso nombre de las cosas
sin nombre. Como el canto de la lluvia
o el agua de la acequia deslizándose
sierra abajo entre higueras y sonrojos,
como el oscuro origen del amor
o las ramas que mueve el viento viejo
bajo la luna clara, sigilosa
la música soñaba el hondo tiempo
de donde todo nace. Aquel silencio
que sobreviene entre sus notas, siempre
grávido de sentido, meditando
entre compases, sabe de qué noche
nació lo que se ha escrito por mi mano.

Hace siglos yo oí cómo su música
se derramaba sobre el sordo mundo,
donde el alma se oculta de los hombres
y la amada inmortal abre los ojos.
Sobre la bóveda estrellada
ha de haber un Padre amoroso.

Pues todos son llamados a la fiesta:
nadie excluido queda, libre o trágico,
haya amado la luz o el mar sin bordes.
El laurel de cantar a la alegría
sólo fue concedido a un desdichado.