domingo, 3 de abril de 2011

Hija mía

Un retazo de cielo me ha caído en los brazos.
¿Qué voy a hacer, Dios mío? Y es más: es todo el cielo
lo que llevo en los brazos. Y yo soy tan terrestre
que no comprendo cómo puede caber el cielo
todo entero en mis brazos, cómo puede caber
el firmamento entero en los brazos de un hombre,
con todas sus estrellas, con su luna y su día,
con su azul y sus nubes pasajeras del viento,
con su silencio antiguo de galaxias que nacen
y universos que rotan.
Dios mío, es tan inmensa la dicha que me nace
de tenerla en los brazos, que se derrama el alma
como una fuente llena que no cabe en sí misma,
y la veo tan mía, tan chiquita y tan nuestra,
que no sé qué decirle, qué escribirle, qué darle,
y apenas sé mirarla como quien mira el cielo,
sintiendo que es el cielo lo que llevo en los brazos
cuando la llevo a ella.

sábado, 2 de abril de 2011

A mi hija

Oro pálido al fin, lánguida herrumbre
el derroche de luz trajo a la fronda.
Ya al sol vital la decadencia ronda;
a su imperio de fuego y pesadumbre

una barbarie de hojas amarillas
le anuncia un medioevo de humedades,
donde un monje dedica a las edades
los rasgos de su pluma en las cuartillas.

Así las estaciones se suceden
y la historia es un sueño sin medida
y caducan los siglos y el follaje.

Sólo tus ojos, Esmeralda, pueden
ver la hermosura oculta en el paisaje
de este dorado otoño de mi vida.