lunes, 10 de febrero de 2014

La Arcadia del presente


            Hoy, 9 de febrero de 2014, un domingo que amanece lluvioso, el penúltimo domingo de las vacaciones de verano, me despierto preguntándome vagamente qué será de mí; desayuno junto a Celina, mientras la nena todavía duerme; Fermina, la gata madre, se termina a breves lengüetazos unos restos de quesito untable que Celina le ha dado; Ovidio va y viene, cabizbajo; anoche fue castigado por llevarse y enterrar en el fondo un zapatito de Esmeralda. Con la primera tostada, un verso vuelve a la memoria, aprendido y saboreado en mi niñez remota, y en la voz de Serrat. Un verso lleno de resonancias, que nos deja soñar más allá del contexto en que aparece. Prisionero en la Arcadia del presente, escribía Antonio Machado. Escribía, escribe, escribió. Hoy solamente ocurre la vida, hoy solamente es hoy, aunque nos veamos siempre en una línea movediza que viene de ayer y va a mañana, intervalo fugaz de ansiosa desazón entre el pasado abrumador y el futuro inquietante.
            Vuelvo a oír la canción y a leer los versos. El poema dibuja a un hombre anodino, indolente, negligente: la imagen misma de la nonchalance. Ese hombre es el que está prisionero en su presente, en su Arcadia, en un dichoso e inaferrable territorio; un territorio a salvo, quizá, del dolor, a salvo del temor y de la esperanza, un refugio ilusorio contra el tiempo, aunque su cantar se reduzca al seco golpe de los tacos en la mesa de billar y su poesía última sea la del olivar que aguarda la tarda lluvia. Bajo el bigote gris, labios de hastío / y una triste expresión que no es tristeza, / sino algo más y menos: el vacío / del mundo en la oquedad de su cabeza. ¡Un vacío en una oquedad! O es que, acaso, la oquedad de ese cráneo sabe vaciar la plenitud del mundo, logra anular lo que emerge distinto y fresco en la nulidad de lo consabido, puede en definitiva exclamar, como la bestia paradójica que definía el propio Machado ―el hombre, ese animal absurdo que necesita lógica: Ya estoy en el secreto: ¡todo es nada!
            Sin mucho esfuerzo, creo, se pueden poner al lado del personaje de Machado estos otros endecasílabos, que Mastronardi predicó de sí mismo: Sólo recuerdo y paz, nada te asombra: / gastaste un hombre para verlo en sueños / y has creado libertad para una sombra. Preciso y trágico, el poeta argentino trazaba aquí su autorretrato, sin la ironía compasiva, sin la atmósfera difuminada del español, que prefirió esta vez ocupar su pincel en fijar el rostro de otro... Y es notable que el poema de Machado se llame “Del pasado efímero”; yo supongo que el poeta pinta a un ejemplar de la generación anterior a la suya; pero también es posible que ese hombre sin metas, que parece casualmente arrojado a la playa por un río de olvido y allí quedó varado para siempre, en su presente arcádico, sea el residuo de un pasado que nada trajo, que no ha dejado nada. Para que no dudemos, el poeta aclara: Este hombre no es de ayer ni de mañana, / sino de nunca. De la cepa hispana / no es el fruto maduro ni podrido, / es una fruta vana.
            ¡Ay, cuánto miedo tengo, Dios mío, de ser yo ese hombre!