Un poema y un eco
Hace tiempo intenté, para mis alumnos, el siguiente comentario de un fragmento de "Campos de Soria", de Antonio Machado. Lo pongo ahora a consideración de quienes releen al poeta, anteponiendo el texto para mayor comodidad y también a modo de homenaje; sigue el escueto comentario. Como le hizo decir Quevedo a su Marco Bruto: Si merezco pena, no me la perdonéis; si premio, yo os lo perdono.
Campos de Soria
V
La nieve. En
el mesón al campo abierto
se ve el hogar donde la leña humea
y la olla al hervir borbollonea.
El cierzo corre por el campo yerto,
alborotando en blancos torbellinos
la nieve silenciosa.
Un viejo acurrucado tiembla y tose
cerca del fuego; su mechón de lana
se ve el hogar donde la leña humea
y la olla al hervir borbollonea.
El cierzo corre por el campo yerto,
alborotando en blancos torbellinos
la nieve silenciosa.
Un viejo acurrucado tiembla y tose
cerca del fuego; su mechón de lana
la vieja hila, y una niña cose
verde ribete a su estameña grana.
Padres los viejos son de un arriero
que caminó sobre la blanca tierra
y una noche perdió ruta y sendero,
y se enterró en las nieves de la sierra.
En torno al fuego hay un lugar vacío,
y en la frente del viejo, de hosco ceño,
como un tachón sombrío
—tal el golpe de un hacha sobre un leño—.
La vieja mira al campo, cual si oyera
pasos sobre la nieve. Nadie pasa.
Desierta la vecina carretera,
desierto el campo en torno de la casa.
La niña piensa que en los verdes prados
ha de correr con otras doncellitas
en los días azules y dorados,
cuando crecen las blancas margaritas.
Los álamos del Duero
Comentario del fragmento V de “Campos de Soria”
La forma general del poema es la
descripción de una escena en un hogar campesino, pobre y triste, dominado por
la presencia mortal de la nieve. La nieve aparece de hecho nombrada cuatro
veces, marcando una suerte de pulso fatal, que es el de la rememoración de un
ausente. La descripción empieza por el entorno, primero interno (el mesón, con
el hogar y la olla), luego externo (el campo donde corre el viento y cae la
nieve). Enseguida aparecen los personajes, descritos en grupo y sumariamente,
pero con rasgos certeros. Sigue un breve pero central fragmento narrativo, por
el cual nos enteramos de la tragedia que ha golpeado a la familia. Luego los
personajes son retomados uno por uno en sus actitudes y tratando de penetrar en
sus pensamientos.
El poeta no se nombra a sí mismo; es
un testigo que no lo sabe todo de sus personajes: por ejemplo, no nos dice si
la niña es hija de los viejos o si es hija del muerto, aunque parece dejarnos
suponer lo segundo.
La métrica del poema consiste en una
serie de endecasílabos con rima consonante alternada (salvo en los cuatro
iniciales, con rima abrazada), entre los cuales hay dos heptasílabos (versos 6
y 19), que aparecen en momentos claves de la composición, como vigoroso recurso
expresivo. La acentuación de los versos, en cuidadosa relación con la marcha
sintáctica, revela gran atención al ritmo; hay una proporción bastante alta de
endecasílabos con acento en 4ª y 8ª sílaba (que no es la forma más común de
este verso) y en 4ª y 6ª, ambos muy rápidos, alternando con otros de paso más
lento (como el de acentos en 3ª y 6ª). En los seis primeros versos, tenemos:
La nieve. En el mesón al campo
abierto (2ª, 6ª y 8ª)
se ve el hogar donde la leña humea (4ª y 8ª)
y la olla al hervir borbollonea. (3ª
y 6ª)
El cierzo corre por el campo yerto, (2ª, 4ª y 8ª)
alborotando en blancos torbellinos (4ª y 6ª)
la nieve
silenciosa. (2ª)
En otros lugares se advierte cómo la
acentuación y la rima están estrechamente vinculadas con el sentido y con el
sonido de las palabras, subrayando las más significativas; así (versos 17-20):
En torno
al fuego hay un lugar vacío, (2ª, 4ª y 8ª)
y en la frente del viejo, de hosco ceño, (3ª, 6ª y 8ª)
como un tachón sombrío (4ª)
–tal el golpe de un hacha sobre un leño –. (3ª, 6ª)
Con el ritmo rápido del verso 17,
que parece evocar el viento de afuera y la nieve arremolinada, contrasta el rallentando del 18, reforzado por la suma
de un acento en 6ª y otro en la 8ª sílaba, y por el heptasílabo siguiente, que
parece congelar la mirada sobre esa frente, herida por la fatalidad. El verso
20 despliega la terrible imagen, pautada con fuertes marcas rítmicas regulares,
semejantes a las del 18. Nótese además que la frase entre guiones parece
trunca, aunque de hecho depende del mismo verbo (“hay”) del verso 17. Esta
brusca suspensión de lo que parecía un período sintáctico más amplio, sin duda
contribuye a dar la impresión de algo frustrado, roto, partido: el poeta ha logrado
que la sintaxis (en íntima relación con la métrica) resulte expresiva y
acompañe el efecto de sus palabras e imágenes.
Repasemos ahora los diversos planos
de expresión. Ante todo, el léxico. Éste es del todo concreto: no hay un solo
sustantivo abstracto, los verbos en general atañen a la vista o al oído, la
adjetivación (bastante parca) se refiere sobre todo a colores y sonidos. Llama
la atención la reiteración de ciertas palabras: “nieve”, ya mencionada, y aun más
“campo” (cinco veces, versos 1, 4, 7, 21 y 24), aunque ésta tiene menos relieve
que aquélla. Sobresalen mucho, en cambio, palabras como “fosa” (verso 8) y
“tachón” (19), inesperadas dentro de su contexto. Los personajes son
mencionados genéricamente: el viejo, la vieja, la niña. Se repite también el
adjetivo “desierto” (versos 23-24) y un poco antes, siempre en relación con
“campo”, hay una figura etimológica no menos expresiva: “pasos sobre la nieve.
Nadie pasa”. Al final, el único diminutivo del poema: “doncellitas”, anuncia la
nota tierna del cierre, un tímido rayo de esperanza en el oscuro cuadro
invernal. También en esta parte final aparecen colores vivos (“verdes prados”,
“días azules y dorados”), siempre en relación con la niña, como también los
únicos matices alegres de la parte central (“verde ribete a su estameña grana”),
sobre el imperturbable fondo de blancura y de oscuridad. Las “blancas
margaritas” últimas evocan esa misma albura de nieve, pero transformada ya en
nota de alegría. Si atendemos a los verbos de movimiento, encontramos también una
correspondencia: al comienzo, el viento corre (v. 4); al final, corre la niña
(v. 26); en el medio, tenemos el caer de la nieve (v. 8), el caminar del
arriero perdido (v. 14) y los pasos inútilmente esperados (v. 22). Esta
lentitud o pasividad acompaña la quietud irremediable de los viejos.
Como en toda la poesía de Antonio
Machado, en este poema se asigna especial importancia a la sonoridad y sobre
todo a la aliteración. Es necesario tener en cuenta que la repetición de
sonidos semejantes adquiere mayor relieve por contraste. Así, la s es una consonante frecuente en
castellano, pero en los primeros versos del poema (1-5) casi no aparece
ninguna, salvo la de “mesón” y las imperceptibles del plural en “blancos
torbellinos”. Por eso impresiona tanto la aliteración de “la nieve silenciosa” (v. 6), reforzada por el brusco heptasílabo, que quiebra el
paso ágil de los versos anteriores. Se diría que la s es la “letra fatal” de este poema, según se advierte por la rima
que corresponde al verso citado (v. 8): “cayendo está como sobre una fosa”, con
inesperada comparación que anuncia tragedia, y aun más en la emocionante
aliteración del v. 22, combinada con figura etimológica y aun reforzada por la
implacable puntuación: “pasos sobre la nieve. Nadie pasa”. Otras aliteraciones muy perspicuas
son la doble del verso 3: “y la olla
al hervir borbollonea”; la de rr en los
versos 13-16 (“arriero”, “tierra”, “ruta”, “enterró”, “sierra”, reforzada por la rima) y la de ch en los versos 19-20 (“tachón” y “hacha”). Tampoco es ajena a este recurso la repetición casi obsesiva
de “campo”, cuyo sonido parece tener algo de inexorable. Por eso al final se la
evita, reemplazándola por la más alegre de “prado” (v. 25).
Frente a la riqueza de sonoridades y
a la riqueza de imágenes (ya dijimos que no hay una sola abstracción en todo el
texto, de modo que todo es sensorial en él), llama la atención la falta, sin
duda deliberada, de metáforas originales, con las únicas excepciones, casi
invisibles, de “el cierzo corre... / alborotando
en blancos torbellinos / la nieve...” y “se enterró en las nieves”. Sólo hay dos comparaciones reales, ambas
muy significativas y puestas en lugares estratégicos del poema (versos 8 y
19-20). También es muy llana la sintaxis; apenas se nota algún hipérbaton, muy
moderado, en los versos 8 y 13.
Este fragmento es parte de una serie de nueve,
bajo el título común de “Campos de Soria”: poema que a su vez integra el
segundo libro del autor, Campos de
Castilla, publicado en 1912. Aunque la voz del poeta es siempre
reconocible, este volumen contrasta con el anterior, Soledades, por una temática centrada en la tierra y sobre todo en
una tierra, Castilla. Machado, en estos años esenciales y trágicos de su
permanencia en Soria, entraba de lleno en lo que constituye el leit motiv más característico de la
llamada “Generación del 98”: la mirada puesta en la patria y en lo esencial de
esa patria, el paisaje castellano, de donde habían salido hace siglos el idioma
y la grandeza de una España que ahora se veía abatida hasta la miseria extrema.
Miseria interior, en abrumador contraste con la riqueza de la Europa industrial
(Francia, Alemania, Inglaterra...), pero además reflejada en lo externo por la
pérdida de las últimas colonias de ultramar: Cuba y Filipinas. Se había acabado
del todo aquel “imperio en que no se ponía el sol” del siglo xvi. Los españoles veían hundirse a su
nación y querían salvar (como dijo Unamuno) la España que cada uno llevaba
dentro. Machado nos ofrece aquí una imagen nítida de su España profunda: una
familia pobre, triste, abatida por una pérdida irreparable, rodeada por el
campo, donde todo está yerto, blanco, helado y desierto. Solo en el alma de la
niña alumbran, tímidamente, los colores de una ilusión que espera, como dirá
Machado en otro poema esencial de este libro, “otro milagro de la primavera”.
se ve el hogar donde la leña humea (4ª y 8ª)
y la olla al hervir borbollonea. (3ª y 6ª)
El cierzo corre por el campo yerto, (2ª, 4ª y 8ª)
alborotando en blancos torbellinos (4ª y 6ª)
y en la frente del viejo, de hosco ceño, (3ª, 6ª y 8ª)
como un tachón sombrío (4ª)
–tal el golpe de un hacha sobre un leño –. (3ª, 6ª)
3 comentarios:
Se sugiere desde mi humilde lugar, leerlo con esto de fondo Bach, Air ("on the G string", string orchestra) .
Buenísimo el análisis. El poema pareciera "encerrar" angustiosamente a los personajes. Primero, empieza con objetos personificados(la leña, la olla, el viento); luego, los personajes y después, nuevamente, la carretera y el campo. En los versos del medio del poema quedan, como encerrados por el clima y el paisaje pero también por el dolor, los integrantes de la familia. La vieja quiere salir de allí, pero el pasado, el recuerdo del hijo, la retiene. Solo la niña, en el final, sin memoria del padre, parece "escapar" de allí mirando hacia el futuro cercano, la primavera venidera.
Recuerdo haber presenciado una de esas clases que nombrás, en una noche otoñal bastante fría y oscura en un aula que "ambientaba" al poema, ja! Un abrazo!
Lees este poema y te dan ganas de que sea invierno y prender la leña y el hogar.Bellisímo :)
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