jueves, 1 de abril de 2010

Rumbo secreto

Obedezco, sin entenderlo del todo, al sobreviviente placer de trazar letras sobre una hoja. No, no comparto el parecer del bueno de Séneca en contra del placer. Tampoco llegaría, supongo, a pensar con el poeta goliardesco: Mortuus in anima, curam gero cutis.
¿Qué, entonces? ¿Siempre tu aurea mediocritas, viejo Horacio? No hay placer como éste, tan libre y puro, tan prescindente y desasido, que podría definir yo simplemente como “de música y letra”. No, es claro, de letras tan sabias que fastidien, sino de estas otras, humildes, que rastrean acaso la huella de un recuerdo remoto y se demoran tras ella, lleve adonde llevare, mientras la música suena acompañándome. Dialogaré conmigo, sin tratar de convencerme de nada. Me abrigaré en mis viajes, sentiré de nuevo el aire de una mañana de Burgos, de una tarde en Lugano, de un amanecer de oro y verdor en la sierra de San Marcos, ¡hace ya tantos años! ¡Tantas revoluciones en la academia verde de las ramas y en la política incalculable de las nubes! Letra y música me llevarán por los senderos de cabras de mi historia, recobraré al acaso mis más queridas horas de vivir...
Y antes que ninguna de aquellas, el canto de la lluvia en Santa Fe: las zanjas llenas de ranas, el fango pútrido, la casa de los abuelos, ay, todavía poblada de quienes quise y me quisieron, y allá entonces el kiosco de doña Severa, pródigo de venturosas revistas, y los secretos del niño, imaginarios. Ser niño de nuevo; y en lo posible, siempre. No ir con el rebaño; lo dijo Séneca: Nihil ergo magis praestandum est quam ne pecorum ritu sequamur antecedentium gregem, pergentes non quo eundum est sed quo itur. “Nada pues importa tanto como no seguir, según el ritual de las ovejas, al rebaño que va delante, que no se apresura adonde se debe ir, sino adonde se va.”

2 comentarios:

Pablo Anadón dijo...

Otra hermosa página, Alejandro. Al leerla recordé, entre varias, dos cosas en especial. Primero, cuando de chico llegábamos con mi familia a Santa Tomé (allí y en Sante Fe vivían mis parientes maternos, a quienes visitábamos todos los veranos), y al bajar soñoliento del ómnibus en la madrugada sentía el olor de la humedad, el calor, las nubes de mosquitos, el croar de las ranas, y todo eso formaba parte de la felicidad de estar de nuevo allí. En segundo lugar, tu texto me trajo el recuerdo de unas prosas de Rafael Alberto Arrieta, recogidas en su libro "El encantamiento de las sombras" (1926). Salvando las distancias de época y estilo, hay una parecida atención a las circunstancias de la escritura o de la lectura (el subtítulo del libro de Arrieta es "Páginas desprendidas del manuscrito de un bibliómano"), un cuidado semejante en la representación de las pequeñas, entrañables cosas, y un equilibrio equivalente - no idéntico - de llaneza y refinamiento expresivo. Vos también, como Arrieta, tendrías que recoger estas hermosas páginas en un libro... Un abrazo desde el Valle de Traslasierra, en una luminosa mañana otoñal.

Alejandro Bekes dijo...

Gracias, Pablo. Te agradezco las comparaciones, el buen consejo (que seguirá algún hipotético albacea) y sobre todo los recuerdos. Cariños, muchos cariños a la gente de allá, de ese Valle que está también tan cargado de memorias entrañables. Dicho sea de paso, vos podrías seguir tu propio consejo, en cuanto a publicar tantas buenas páginas sueltas...