viernes, 18 de diciembre de 2009

Historia animalium

Claudio Eliano vivió en Roma por los tiempos de Septimio Severo, más o menos entre 170 y 235 d.C.; era latino de pura cepa, nacido en Preneste, pero escribió toda su obra en el más puro griego ático. Acerca de su Historia de los animales, la Wikipedia (que trae sobre Eliano un artículo muy completo y agradable) nos dice que su credulidad puede chocar al lector moderno; yo siento, al contrario, que no hay nada más regocijante. Leo, por ejemplo, sobre cierto pez llamado anthías, desconocido para nosotros, lo que sigue:

"Los peces a los que los hombres expertos en la pesca marina llaman anthías se ayudan unos a otros como hombres leales y buenos camaradas de guerra; tienen sus guaridas en el mar. Así, cuando se dan cuenta de que un compañero ha caído en el anzuelo, se ponen a nadar a toda velocidad, apoyan su dorso contra él y, cayendo encima y empujando con fuerza, tratan de impedir que sea izado. También los escaros son buenos defensores de sus congéneres. Como que se aproximan al capturado y se afanan por romper con los dientes el sedal para salvarlo y, muchas veces, logran romperlo dejándolo libre, sano y salvo, sin pedir compensación alguna. No pocas veces fracasan en su intento, a pesar de haber puesto en ello todo el entusiasmo posible. Dicen también que cuando el escaro cae en la nasa deja la cola fuera y entonces los otros, que están nadando alrededor libres, clavan sus dientes en él y sacan fuera a su compañero. Pero si es la cabeza la que queda fuera de la nasa, uno de los de fuera ofrece su cola, que el cautivo agarra con los dientes y la sigue. Esto es lo que hacen, amigos, estas criaturas. Aman sin haber sido enseñados: su amor es innato." (Versión de José María Díaz)

(La nasa no es una agencia para la investigación espacial, sino una red de pesca sostenida por un aro.) El método de este breve artículo es el que de aquí en más empleará el autor: luego de atribuir a un animal una conducta perfectamente humana, la explica de manera coherente sin preocuparse de la verosimilitud; peces entusiasmados, que tienen la delicadeza de no morder a su compañero en la cabeza ni aun para salvarlo, sino que le ofrecen la cauda, y que practican un amor que nadie les enseñó, constituyen un asunto muy digno de atención. Supongo que el primer inventor de este tipo de "investigación" ha sido Heródoto (que no tuvo empacho en hablar de hormigas del tamaño de un perro pequeño, de las varias camadas sucesivas que llevan las liebres en su matriz y de las serpientes aladas que custodian el incienso), pero ese programa de generar maravillas había sido después muy explotado por la enciclopedia universal de Plinio el Viejo. Cuando llegó nuestro Claudio Eliano, no tuvo más que saquear a su gusto a sus antecesores; es difícil que se le ocurriera salir al campo para estudiar a los animales, teniendo ya todo el material necesario en cómodos rollos de papiro. (No se trata de una crítica: si hubiera ido al campo, sólo nos habría ofrecido lo mismo que ahora nos enseñan los zoólogos.)

Al método descrito se agrega una agradable costumbre, que hoy reprocharíamos a los alumnos de las escuelas: la de amontonar noticias inconexas. Véase, por ejemplo, este pasaje, subtitulado "Odio entre animales":

"La tortuga y la perdiz se profesan mutua antipatía. Lo mismo les ocurre a la cigueña y al guión de codornices respecto a la gaviota. Y la pardela y la garza bueyera odian a la gaviota cana. [...] La perca es el pez más lujurioso. En Feneo de Laconia es posible oír hablar de hormigas blancas."

La honestidad de Eliano se ve en que no pretende saber siempre todo; veamos lo que nos dice sobre la cabra:

"La cabra tiene una cierta ventaja para tomar el aire exterior, como refieren los cuentos pastoriles, porque inspira el aire por los oídos y por las narices, y tiene una percepción más penetrante que otros animales de pezuña hendida. Yo no sé decir la razón. Y sólo digo lo que sé. Pero si la cabra fue también invención de Prometeo, él sabrá cuál fue su intención al hacerla."

Finalmente, la maldad de ciertos animales sólo puede adjetivarse como barroca:

"La foca, según tengo entendido, vomita su propia leche cuajada para que los epilépticos no puedan curarse con ella. A fe que la foca es una criatura maligna."

4 comentarios:

Malena Pontelli dijo...

Más que al lector moderno, puede chocar al científico serio que no está para candongas.
También en Internet circulan manifiestos llenos de indignación ante tremendos disparates pronunciados por gente letrada y erudita como René Descartes, por ejemplo, quien explica los suspiros de la siguiente manera:

“La causa de los suspiros es muy diferente de la de las lágrimas, aunque presuponen, como ellas, la tristeza. Pues mientras que se nos incita a llorar cuando los pulmones están llenos de sangre, se nos incita a suspirar cuando están casi vacíos, y la imagen de una esperanza o una alegría abre el orificio de la arteria venosa que la tristeza había estrechado; porque, en este caso, la poca sangre que queda en los pulmones, cayendo de golpe en el lado izquierdo del corazón por esta arteria venosa, y hallándose allí impulsada por el deseo de alcanzar dicha alegría, que agita al mismo tiempo los músculos del diafragma y del pecho, es impulsado el aire por la boca a los pulmones para llenar en ellos el sitio que deja la sangre. Y esto es lo que se llama suspirar.”


“¿En qué cabeza cabe semejante ridiculez?” se pregunta el internauta que subió el artículo 135 titulado “De los suspiros” plasmado en el Tratado de las Pasiones del Alma cartesiano. Textualmente, dice: “me parece poco acertado porque las explicaciones que da Descartes hoy son inverosímiles y porque el responsable de la edición no anotó el texto convenientemente para que algunos lectores no caigan en la tentación de pensar que hoy Descartes está más cerca de las explicaciones míticas o mágicas que de las científicas”.

¡Caigamos en la tentación y encontremos la Magia!
¡Caigamos en la tentación y aplaudamos para que las hadas no mueran!
¡Que la esperanza y la alegría abran orificios de la arteria venosa que la tristeza estrecha!
¡Viva! ¡Viva!

Alejandro Bekes dijo...

Me inclino a pensar que ese internauta cree en los científicos más o menos como Santo Tomás creía en la Santísima Trinidad; imagino además que cree que Descartes fue un sabio y que por ende no pudo escribir esos disparates tan interesantes. Pocas cosas me parecen tan tristes como la falta de sentido del humor. Se desborda mi arteria venosa y se me vacía el pulmón izquierdo. Por otra parte Descartes, según tengo entendido, dijo cosas mucho más arbitrarias que esto de los suspiros. Sin ir más lejos, le atribuyen (acaso sin fundamento) la frase "cogito ergo sum", una de las perogrulladas más divertidas de la historia de la filosofía. De todas maneras, si la ciencia de ayer es la magia de hoy, es casi seguro que la ciencia de hoy es la magia de mañana. ¿No fue un científico, precisamente, el que escribió un libro titulado El fin de las certidumbres?

Malena Pontelli dijo...

Como dice Borges: "Quizá la historia universal es la historia de la diversa entonación de algunas metáforas."

Alejandro Bekes dijo...

Retomo algo de lo que dijo el Internauta. Dijo: "¿En qué cabeza cabe semejante ridiculez?" Podría responderle que en mi cabeza caben muchas ridiculeces más. Herman Melville dice en alguna parte que aquellas personas que dan motivo a otras para reírse merecen reconocimiento y afecto. O algo así. No me parece motivo de inquietud ser ridículos algunas veces: si damos a nuestro prójimo un buen motivo para mover sus maxilares y relajarse, está bien.