Lo que dice el espejo
Tres horas después de medianoche, un
llanto infantil lo despierta. Mira fugazmente al espejo y ve un ejemplar
maduro, y algo más que maduro, de Homo
sapiens: no demasiado feo ni particularmente hermoso; lo bastante
típico para ser considerado uno del montón. Hay en la cara desvelada un aire de
cansancio y tristeza, que no proviene quizá de algo personal ni de la suma de
sus años, sino de un estado de la especie. Apenas si un exceso de irritabilidad
o de sensibilidad exacerbada, una cierta ansiedad por cosas que no existen o
dificultad para aceptar lo que no tiene remedio, pudieran distinguirlo del
término medio; pero es posible que esto sea más bien una ilusión suya: si algo
distingue a esta raza de antropoides sin pelo es justamente esa condición de su
piel y de lo que ellos mismos llaman su espíritu, una condición que los lleva a
buscar siempre más allá, a no saciarse en lo seguro y cierto, a combatir por lo
que ya es desesperado y a no admitir la muerte. Quizá en él haya algo más, un
sentimiento de la historia, podríamos decir, aunque no hay que descartar
factores orgánicos infinitamente más prosaicos. Un sentimiento de que la
historia ha llegado a un punto crepuscular: una inquietud por el futuro; el
llanto infantil quizá lo induzca a esta ilusión de decadencia, a preguntarse
qué será de su mundo agitado y menesteroso, donde la violencia y la estupidez
llevan siempre la ventaja por sobre la delicadeza y el mérito. Y allí le parece
ver una clave de esa cara que lo observa con tan lejana pesadumbre; la
impresión de un profundo fracaso que no es suyo sino de todos; un fracaso que
nace de experiencias que la memoria no puede sobrellevar, de miles de hombres
escuálidos sometidos a golpes y a gritos entre alambradas y perros, de miles de
hombres quemados por fuego que llueve desde aviones, prodigios del ingenio que
desafían la naturaleza y multiplican el dolor hasta empalidecer los infiernos de la antigua barbarie; de miles y miles que sobreviven revolviendo montañas de
basura, mientras quienes los gobiernan sonríen bien maquillados ante las
cámaras, exhibiendo urbi et orbi los
éxitos de su gobierno, que pueden ser vistos a la vez en todas partes gracias a
una compleja red de satélites. Se pregunta cómo ha sido posible todo esto y por
qué; por qué el conjunto de los hombres no prefirió la inteligencia, la ternura
y la música; por qué no podan su codicia y dejan florecer la amistad; por qué se
niegan, por imbécil orgullo, a buscar el modo de ser todos un poco menos
infelices... No es imposible, es claro, que todos esos vicios estén pintados o latentes
en la cara que mira desde el espejo; y que de allí proceda el resto de esa
incomprensible tristeza y de ese extraño cansancio. Los ojos se apartan al fin
de esa imagen y casi como si se miraran a sí mismos, entornados los párpados,
se preguntan melancólicamente si habrá realmente un futuro donde la niña que
ahora ha vuelto a dormirse pueda vivir y ser dichosa. Si, como dijo un gran
poeta, aun guarda la esperanza la caja de Pandora. De Pandora, aquella criatura
que había recibido del creador todos los dones.
2 comentarios:
Aplauso!!! Gracias Alejandro. Abrazo.
Urgido... Saludos.
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