sábado, 25 de septiembre de 2010

Carta de primavera

A Guillermo

Hermano, estas noticias, que te entrego
con música, no van a sorprenderte:
son las de siempre, el hilo que se trama
en el claro tapiz desconocido
de cada ser; los días que murmuran
como agua tenue y su caudal aumentan
y se vuelcan al golfo de la noche;
el planeta que rueda en su infinito
vacío azul y del despojo engendra
fresco fuego, vigor de rama verde,
claro ciclo de cielos repetidos.
Y yo en ese rodar, con vida ignota
tiendo hacia algún lugar insospechado,
como la aguja trémula imantada
en su mágico disco. Y aunque a ciegas,
como todos, “trabajo y me desvelo
por parecer que tengo de poeta
la gracia que no quiso darme el cielo”
y también por vivir, lo que no es poco.
Medio siglo no es poco. Te confieso
que en mi tardía primavera, a veces
no puedo con el peso del pasado.
Vivo en las azaleas encendidas
pero muero en el aire, en los azahares,
en la luz que se irisa bajo el agua
o en el olor a ropa de una tienda.
Me mata de ternura ese perrito
que se parece a aquel que te mataron,
negro con manchas blancas, castigado
por la vida y que viene y mansamente
se echa junto a mi banco de la plaza.
Lo llamo: “¡Guito!”, pero no se entera,
y como no hay malicia en él, me digo
que no es aquel que tuve en las rodillas,
cachorrito, en tu casa. No me digas,
yo sé muy bien que soy feliz ahora;
en mi balcón, que doran los ponientes,
se prepara verdeante en su maceta
una flor de milagro y de perfume.
Se prepara en el cálido secreto
del vientre de mi amor una palabra,
una sonrisa incomparable, un hálito
mordiente de vivir, dientes de leche
y días que no acierto a imaginarme.
La primavera, al fin, llegó a mi vida,
abonada del humus del pasado.
Torciéndose con rumbo inesperado
hallan su perfección, hallan su día
las ramitas menudas. En las hojas
baila después el viento resonando.
No me lo digas, soy feliz; y es esto
tan raro al parecer que hasta es difícil
acostumbrarse. Espero una mañana
con un llanto de vida única y nuestra,
unos ojos abiertos en el mundo
para mirarnos a nosotros dos.
Y también a los tíos, por supuesto.
Somos como esta música que suena
y volverá a sonar cuando no estemos,
Guillermo, pinceladas de crepúsculo:
libre del hondo peso del pasado,
en el vibrante tímpano del alma
que eterna en nuestro ser se perpetúa.

3 comentarios:

Javier de la Iglesia dijo...

Envidiable sentimiento y admirable dicción clásica: entre lo horaciano, lo frayluisiano, puro renacimiento español; se acerca para mi gusto al tono de las epístolas de Francisco de Aldana a su hermano Cosme.

Magnífico poema, sí, señor.
Un abrazo.

Anónimo dijo...

Realmente que buen poema Alejandro te dejo un gran abrazo. Martín Carlomagno

Alejandro Bekes dijo...

Gracias, Javier y Martín, por los comentarios. Te confieso, Javier, que no conozco esas epístolas del grande Aldana. Veré con qué antimateria relleno semejante agujero negro. Y vos Martín, ¿qué es de tu vida? Hace tiempo no sé nada de vos...

Un abrazo a ambos, interoceánico.