jueves, 7 de octubre de 2010

Lo que aprendo

Yo he contemplado el mar y he conocido el viento.
Yo sondeé las honduras de la angustia y la rosa.
Me ha tenido en sus brazos una playa arenosa
y en los acantilados he guardado el aliento.

Esa fruta encendida que del vacío pende
es el sol, y es la luna su limosna a la noche;
es la tierra la casa de la vida; es el coche
de los astros la Nada que los nutre y comprende.

Y acá abajo, acá abajo, junto a las pobres olas
de mi río salvaje, junto al árbol querido,
me refugio en lo verde, me amparo en lo florido
y aprendo a sostenerme como esas piedras solas.

Aprendo a consolarme de no ser y haber sido,
a ser parte del todo que se agosta y renace,
a ser hijo del tiempo que nos hace y deshace
y a vivir llanamente, reencontrado y perdido.
El enigma

La soledad, la luz, el cielo... (Banchs)

El enigma es la luz: el mediodía
en las agujas del más alto pino;
la claridad absorta en las colinas,
la luz, la soledad, la luz, el cielo.
Es el cielo sin nubes donde apenas
su orla blanca dejó la luna nueva;
la verde intensidad, la primavera
aromática, el nido del hornero,
el grito del halcón en la enramada,
cruel, lacerante, y su elevado vuelo,
la impetuosa planicie en movimiento
del río enorme ahondando la espesura,
socavando raíces sin memoria.
El enigma es la luz y no la sombra,
la prisión invisible, el aire abierto,
los caminos sin nadie: el invencible
círculo de los sueños que me cerca,
el miedo de ser libre que me ahoga,
como al demente que se siente preso
en su pasmosa libertad sin nadie.
La cárcel del pasado me retiene
con cadenas de amor indestructibles.
El enigma es la luz. Yo soy la sombra.